Período Emiral
Córdoba (Madīnat Qurṭuba) fue conquistada en octubre del año 711 a manos de Mugīt al-Rūmī, uno de los oficiales del general Ṭāriq. Poco tiempo después, en 716, fue elegida capital de al-Andalus, un papel que desempeñó hasta el estallido de la fitna o guerra civil a comienzos del siglo XI, si bien la ocupación islamica de la ciudad se perpetuó hasta 1236.
La imagen urbana que encontraron los musulmanes al llegar a Córdoba distaba ya mucho de la que un día había tenido la antigua capital de la provincia Baetica. Si durante la Tardoantigüedad Corduba se había visto inmersa en un gradual proceso de reformas y cambios, ahora la ciudad volvía a encontrarse una vez más con una situación política y social distinta que demandaba sus propios equipamientos e instalaciones.
Los primeros contingentes islámicos llegados a comienzos del siglo VIII estarían conformados por grupos reducidos, pero suficientemente sólidos y contundentes, como para controlar a una mayoría aún cristiana. En su fase inicial, la nueva medina no presentaría grandes diferencias morfológicas respecto a la ciudad tardoantigua. El perímetro amurallado romano se mantuvo durante todo el periodo omeya, aunque se acometieron varias reparaciones entre los años 719 y 721, en época del gobernador al-Samḥ, el cual también intervino en el puente. La medina se distribuyó en torno a calles principales que conectaban internamente las puertas de acceso, herederas a su vez de sus predecesoras romanas. A partir de estos ejes, se dispondrían otras calles secundarias que irían delimitando las manzanas y que, con el tiempo, darían lugar a la configuración de adarves.
La ocupación intramuros no se produjo de manera uniforme. Por una parte, el desplazamiento de la población mozárabe a barrios periféricos debió de favorecer el posible asentamiento en la zona norte de grupos gentilicios que podemos rastrear a través de la toponimia urbana. Pero, el principal foco de atracción de la ciudad se dispuso en el área meridional, junto al río, donde, al igual que en la etapa anterior, se situó el centro de poder político y religioso. En todo ello tuvo mucho que ver la llegada al poder de ‘Abd al-Raḥmān I en el año 756, quien dio comienzo a un programa edilicio que marcó de forma decisiva la imagen urbana de Qurṭuba. En torno al año 785 inició la reforma del viejo alcázar para dar cabida a la nueva administración del Estado. También se fundaron la Ceca, la Alcaicería y la Casa de Correos. En el año 786 comenzaron las obras de la Mezquita aljama sobre parte de lo que algunos investigadores interpretan como el antiguo complejo episcopal de San Vicente. Estos primeros trabajos en la medina fueron completados por su hijo y sucesor, el emir Ḥišām I.
Las transformaciones en el recinto amurallado se siguieron sucediendo en el siglo IX. ‘Abd al-Raḥmān II emprendió la reparación del malecón (al-Rasif) en el año 827 para prevenir las crecidas del río, así como la primera ampliación de la Mezquita aljama hacia el sur y la creación de la Dār-el Tirāz, la casa real de manufacturas y tejidos. Sus sucesores –Muḥammad I, al-Mundir y ‘Abd Allāh– sobrevivieron a la crisis del último tercio del siglo IX, consecuencia de la sublevación de grupos bereberes, árabes e indígenas frente a la islamización y reforzamiento del Estado omeya, pero no llegaron a emprender grandes intervenciones en la ciudad.
La islamización de las áreas suburbanas durante el Emirato no se hizo esperar. Los primeros focos que actuaron como catalizadores de los barrios extramuros fueron grandes almunias, antiguos vici o incluso centros de culto cristiano. Ya a partir del primer cuarto del siglo IX, debemos sumar la aparición de baños, mezquitas y cementerios que hicieron lo propio, fundados como acciones piadosas de altos funcionarios y aristócratas vinculados a la familia del emir.
Uno de los primeros arrabales fue el de Šaqunda, constituido en la margen izquierda del río a mediados del siglo VIII. Previamente, el gobernador al-Samḥ había acondicionado estos terrenos para dar cabida a un cementerio y una musalla. Con todo, la vida de este barrio fue bastante breve; en el año 818 un motín provocó su destrucción por parte de las tropas del emir al-Ḥakam I, así como la deportación de los supervivientes y la prohibición de volver a construir en dicho lugar. Sucesivas campañas de excavación han permitido contemplar el urbanismo de esta primera etapa islámica de la ciudad.
Al este de la medina se expandieron los barrios de Furn Burrīl, al-Burŷ o Šabulār. Este último fue uno de los más destacados en el siglo IX, flanqueado por necrópolis romanas, tardoantiguas y mozárabes. En el extrarradio más septentrional se erigieron algunas almunias. En la zona del Patriarca se han identificado varias estructuras con la residencia favorita de ‘Abd al-Raḥmān I, al-Ruṣāfa, mandada construir por el propio emir en el tercer cuarto del siglo VIII sobre la base de una gran propiedad comprada a un jefe bereber del ejército de Ṭāriq, cuyo origen se remontaba a un fundus romano del siglo I d.C. Esta almunia estaba perfectamente comunicada con las puertas de acceso a la medina -como la Bāb al-Yaḥūd– por medio de caminos de origen romano, en torno a los cuales surgió el denominado por las fuentes como rabad al-Ruṣāfa, constatado arqueológicamente en diferentes puntos de la ciudad actual. Por su parte, en el suburbio occidental, conocido como al-Ŷānib al-Garbī, se han documentado también grandes áreas cementeriales y residenciales pertenecientes a una primera ocupación emiral. Frente a la Bāb ‘Amir, una de las puertas de la muralla oeste, se dispuso desde el siglo VIII un cementerio o maqbara. En los aledaños se fueron asentando igualmente espacios domésticos. En cuanto a los barrios mozárabes, destaca el que existió en Cercadilla, agrupado alrededor de un centro de culto cristiano.
En la zona de Colina de los Quemados se desarrolló otro núcleo suburbano. La evolución de este sector estuvo muy marcada por las frecuentes crecidas del río Guadalquivir. Así, los trabajos de excavación han distinguido hasta tres fases de ocupación de época emiral. La mayoría de estas estructuras se identificaron con un espacio industrial inserto en un contexto más amplio que bien pudo haber sido una almunia o residencia de recreo auspiciada por algún personaje destacado de la corte omeya.
El conocimiento de estos arrabales emirales resulta fundamental para comprender las tramas urbanas desarrolladas a lo largo del Califato omeya, y es que pese a que estas primeras ocupaciones se localizaron en áreas determinadas, muchas de ellas se convirtieron en auténticos centros aglutinadores en época califal.
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